jueves, 29 de julio de 2010

La fiebre del Oro.


No, no voy a hablar sobre la Fiebre del Oro del siglo XVI que trajo a los conquistadores españoles a nuestras tierras en busca del preciado metal, ni tampoco de la ocasionada por la búsqueda del mismo en la California de 1850 provocando la llegada de una gran cantidad de inmigrantes.

Voy a rememorar la Fiebre del Oro que se produjo en Cuba a finales de los 80 y muy particularmente en mi hogar. El campo socialista comenzaba a desmoronarse y el gobierno cubano creó "Las casas del Oro y la Plata" para "comprarnos" nuestras queridas y olvidadas, hasta ese momento, "joyas de la familia". Los precios que nos pagaban eran irrisorios y la moneda solo servia para ser utilizada en tiendas abastecidas para la ocasión con televisores a colores, ropa, zapatos y adornos de la mas baja calidad que pudieron encontrar en el mercado panameño.

No voy a extenderme en detalles, cada familia tiene seguramente los suyos. En la nuestra fueron sacrificados anillos de compromiso, relojes de los abuelos y todo lo que pudimos encontrar, a cambio nuestra casa se iluminó con la sonrisa de la "calabacita" en colores y mi querida hijita estrenó unos zapaticos blancos para su cumpleaños que solo duraron ese día pues perdieron la piel a pedazos como ocurre después de un dia de playa sin protector solar.

Los mas afortunados, entre ellos un par de amigas, obtuvieron unos autos Lada reciclados que increiblemente también comenzaron a perder su piel despues de varios meses de uso. Al parecer el sol de nuestra tropical isla tenía un efecto especial sobre esos productos.

En mi casa era tal el contagio con esa fiebre que estuvimos varios dias deprimidos al descubrir que unos hermosos aretes de la abuela de oro y brillantes guardados con esmero por muchos años resultaron no ser ni lo uno ni lo otro por lo que sobrevivieron a la fiebre olvidados en una gaveta.

Ante las protestas de los menos afortunados que veían con envidia y desagrado desaparecer el proclamado igualitarismo socialista, un avispado amigo, muy "revolucionario" por cierto y que había adquirido un flamante televisor coreano con las joyas de su suegra, le explicó que esa era una medida de la revolución para hacernos precisamente mas iguales a todos, porque dentro de un tiempo, cuando todos esos artículos se rompieran por el uso, entonces de verdad todos seríamos iguales. Seguramente ese avispado "revolucionario" no tenía idea de que sus palabras se harían realidad mas rápido de lo que el imaginaba.

El miembro mas jóven de nuestra familia, mi pequeña hija de dos años, fue quien nos hizo poner los pies en la tierra. Un día con su lenguaje recién estrenado y mostrándonos con orgullo en su pequeña mano una manilla de reloj dorada me miró con sus bellos e inocentes ojos y me preguntó,  Mamá esto es oro? Esa fue la medicina que necesitabamos para "curarnos" de esa fiebre, definitivamente nos rompió el corazón la inocencia de nuestra hija demostrándonos que ella ya había aprendido el "valor" del oro.

miércoles, 28 de julio de 2010

Sálvese el que pueda.

Foto tomada del blog "Cuba encadenada"



El pueblo de Cuba, esa masa heterogénea, cansada, utilizada, chantajeada y otros muchos adjetivos que me vienen a la mente, llegó a su nivel mas bajo a los ojos de sus gobernantes: La ignorancia total de su existencia.

Tuve la oportunidad de estar en Cuba cuando, por alguna oscura razón, decidieron que nuestro "invicto" comandante debía aparecer con habla y movimiento ante la opinión pública internacional, y digo internacional con toda intención, el público del patio no era el objetivo de esta movida. No hubo una simple palabra destinada al pueblo, saludos, por ejemplo y mucho menos unas "gracias" por su preocupación sobre "mi" estado de salud y "su  apoyo". No, sin lugar a dudas el pueblo de Cuba ya no cuenta para nada.

Como sino fuera suficiente con lo anterior, pocos dias después la tan celebrada efemérides del 26 de julio, que mas bien debería ser considerada duelo nacional por la cantidad de sangre derramada aquel triste día, se transformó en una precipitada, corta y madrugadora celebración, donde por primera vez en 51 años el jefe de gobierno no le habla al pueblo de Cuba, ni para pedirle mas sacrificios ni para ofrecerle nada. 

Paralelamente a esto, Fidel Castro, desmarcándose una vez mas de los asuntos domésticos, y reafirmándonos a todos que nada de eso le importa un bledo y que él sigue haciendo lo que le venga en ganas, se reune con un grupo de intelectuales cubanos en su "Palacio de la Revolución" y habla de todo, menos de los problemas que atañen y afectan al pueblo de Cuba.

Sin lugar a dudas el manoseado "Patria o Muerte" ha sido desplazado  por "Sálvese el que pueda"  como nuevo eslogan revolucionario.