Formar parte de la diáspora cada vez mas numerosa conformada por cubanos que de una forma u otra logramos salir de ese mundo escenográfico y verde olivo en que la "revolución" convirtió a la isla de Cuba me lleva siempre a filosofar sobre la esencia de ciertas palabras como verdad y sinceridad.
El régimen de la Habana ha creado perfectos jugadores potenciales de poker y lograr descifrar la verdad mirando la cara de un cubano es una misión imposible. Decir lo que se piensa en Cuba es en la mayoría de los casos un suicidio.La simulación y el disimulo son el pan de cada día. Aprender a decir lo que uno piensa abiertamente y con sinceridad es algo que todos los cubanos hemos tenido que ejercitar mucho fuera de Cuba antes de decidirnos ejercer esa libertad individual.
Siempre he pensado que la sinceridad es la expresión de la franqueza, es el respeto por la verdad. Una persona sincera actúa en general de buena fe. Se le puede distinguir porque mantiene una coherencia entre sus palabras y sus actos, se opone a la mentira, a la duplicidad y a la hipocresía.
Muchas veces rechazamos lo que una persona sincera nos dice y nos alejamos de ella en lugar de cuidarla y darle el valor que se merece, aunque a veces nos lastime o nos parezca injusta, ser sincero no excluye la posibilidad de equivocarse. Hay personas que tienen muy buena opinión de nosotros y otras muy mala, esto me ha hecho aprender a distinguir entre las criticas constructivas y las demoledoras y destructivas. No hay que olvidar que una una buena critica no es una ofensa, sino mas bien un mensaje de ayuda y como tal hay que analizarla, mientras que la critica demoledora es mejor ignorarla y alejarse de la quien la genera.
Decir la verdad no significa que haya que decir todo lo que se piensa. Todos tenemos derecho a callar, no olvidemos que uno es esclavo de sus palabras y dueño de sus silencios y responsable absoluto de las consecuencias de ambos. Es bueno decir lo que se piensa, lo malo está en no pensar en lo que se dice, hay que recordar que ser sincero no es decir todo lo que se piensa, sino no decir nunca lo contrario de lo que se piensa.
Callar una verdad es necesario cuando esta no ayudará a resolver ningún problema y solo le traerá dolor y sufrimiento innecesario e injusto a otra persona o cuando nos puede comprometer la libertad y la seguridad individual y familiar.
Decir lo que uno piensa requiere de valor en cualquier sociedad donde vivamos por sus consecuencias. Hay que vencer el temor al ridículo, apelar a muchas estrategias oportunas o inoportunas, mirar de reojo mientras hablamos a quienes han de aprobar en último extremo el amaestramiento de nuestra libertad individual. Una de las cosas mas incomodas del mundo es decir lo que pensamos rodeados de personas que difieren completamente de nuestra opinión, por esa razón en muchos casos optamos por nadar con la corriente o en el mejor de los casos recurrir a eufemismos.
En cualquier sociedad donde se viva decir lo que se piensa puede arrojar al individuo a las garras de la soledad. Viviendo en ambas sociedades; lo he sufrido muchas veces en carne propia, no obstante, continuaré al menos no diciendo nunca lo contrario de lo que pienso y bienvenida la soledad, después de todo es mejor andar solo que mal acompañado.